1 nov 2009

Debris II

Me acerqué a la celebración, si es que se le puede llamar así, y escuché las palabras vacías que tantas veces hemos oído en los entierros. Palabras que no consuelan a nadie por la pérdida, aunque sí otorgan el placer de ser uno el que las oye y no ser el que está dentro del apartamento de pino.
Una mujer lloraba. Joven, de unos treinta. Recordé momentos muy tristes.

Un hombre se me acercó y me dio la mano y yo le correspondí. No le di mucha importancia, en momentos de consternación uno no sabe a quién conoce o a quién no. El pobre hombre pasaba de los setenta y quizás pensó que yo sería amigo del difunto. O compañero de trabajo. O amante.
Mis dispersos pensamientos se esfumaron cuando una señora elegantemente vestida se me acercó y me dio dos besos, con lágrimas en los ojos.
- Lo siento tanto...
Antes de que pudiera responder, tenía una cola de gente diciéndome lo mucho que lamentaba la pérdida de Joe.

No pude decirles nada más que gracias a todos ellos.

En cuanto pude me escabullí con una sensación extraña, de triunfo, de derrota, de angustia...